Regreso a la torre Cera
Barcelona, diciembre de 2016. Una treintena de personas posan en una escalera señorial para hacerse una foto de familia. En primer plano aparecen los hermanos Torra-Balari Cera, tres de los descendientes más directos del doctor Enric Cera, socio fundador del actual RACC y segundo médico de Barcelona en realizar visitas a domicilio con su propio vehículo, además de ser el promotor y primer propietario de la casa que lleva su nombre: la torre Cera, construida por Enric Sagnier en 1914. Tras la foto de rigor, Beatriz Torra-Balari alza una copa y dedica unas palabras a las cuatro generaciones de Cera allí presentes recordando la importancia que tenía la vivienda para el doctor Cera, que hizo de la casa un auténtico núcleo familiar para ellos y sus herederos: “gracias a esta casa, como símbolo de unión durante tantos años yo creo que lo hemos conseguido, así que brindemos por ello”
Para celebrar el fin de la rehabilitación de este chalé alpino Núñez y Navarro organizó una visita a la casa con los descendientes del antiguo dueño. Solo que en esta ocasión los que ejercían de anfitriones eran los Cera. Beatriz, a quien ya conocemos, y sus hermanos, Reyes y Mauricio. Con ellos como guías empezó un tour que fue desde el jardín hasta la antigua buhardilla donde estaban las dependencias del servicio, pasando por la sala donde se recibían a las visitas y por la antigua capilla en la que los Cera celebraban entre otras cosas la Misa del Gallo cada Nochebuena: “Nos juntábamos cada año entre 90 y 100 personas y después de la cena venía el canónigo y hacía la misa para nosotros y nuestros amigos”, comenta emocionado y con brillo en los ojos Mauricio Torra-Balari.
El encuentro sirvió para reunir en la casa, una vez más, a hermanos, primos, sobrinos, hijos y nietos, que recorrían con curiosidad las estancias de la antigua casa familiar. Unos y otros buscaban las modificaciones resultantes de la rehabilitación. Cuando las encontraban las compartían entre ellos: “y aquí había un pasillo pequeño que era la comunicación para ir al baño” explicaba Mauricio, quien recordaba a la perfección la distribución del que fuera su dormitorio allá por los años 50.
Esa fue una de las escasas diferencias encontradas durante la visita. Otra de ellas la hallaron en la buhardilla. “¿Han bajado el techo, no?” pregunta alguien. “Sí, sí. Esto estaba más alto”, responde otra persona. “Yo recuerdo esto con goteras continuamente. Cada vez que llovía subíamos a ver por dónde se colaba el agua”, añade Beatriz. Y es que “salvo algún detalle nimio”, como apunta Mauricio, la restauración llevada a cabo por Núñez y Navarro ha adecuado la casa a sus nuevos usos y a los nuevos tiempos (colocando un ascensor en el hueco de la antigua chimenea) pero con la intención de restaurar toda su naturaleza y majestuosidad originales. “No esperábamos encontrarla tal cual. Se ha respetado al 100%. Pensaba que la escalera la cambiarían pero todo está tal cual lo dejamos hace más de diez años”, concluye.
Precisamente la escalera noble es uno de esos sitios donde más veces se ha reflejado la unión de los Cera. Con escalones de mármol y pasamanos y barandilla de madera, ha sido testigo de las grandes celebraciones, siendo el decorado habitual de las fotos de familia. Fue además un lugar de entretenimiento clandestino para niños como Mauricio, que se deslizaba por la balaustrada una y otra vez en contra de las normas paternas: “Estaba prohibidísimo. Alguna vez cuando bajabas mal, la piña decorativa del final salía volando y luego había broncas grandísimas”.
Los hermanos Torra-Balari Cera no fueron los únicos en rememorar historietas de la vieja casa familiar. Si bien ellos nacieron allí y pasaron buena parte de su vida, otros Cera más jóvenes que ellos celebraron sus bautizos y comuniones hasta que en 2006, Maria Luisa Cera, la madre de Reyes, Beatriz y Mauricio vendió el inmueble a Núñez y Navarro.
Una de las historias más recordadas durante la visita, quizás la que más, tiene como protagonista a Beny, Bernardo Rivière, abogado de 43 años, que siendo un niño rompió de una pedrada la vidriera que preside la escalera principal. Con el tiempo, la historia se ha ido magnificando y según a qué familiar preguntemos la piedra se convierte en tirachinas o en escopeta de balines. Pero él mismo se encarga de desmitificarlo: “Estábamos en el jardín de la casa de arriba tirando piedras jugando a ver quién llegaba más lejos y entonces tiré yo y de repente oímos un cristal roto”, afirma al pie de la cristalera y señalando el punto exacto del impacto, que solo es apreciable acercándose a él.
Mientras tanto, otros asistentes siguen haciéndose fotos en la remozada escalera. Tras el retrato de familia y el brindis, los Cera vuelven a sus quehaceres y abandonan poco a poco la vieja casa familiar. Algunos se emplazan a verse próximamente y otros aprovechan la oportunidad para dar un último paseo por el jardín. A partir de ahora, la torre Cera volverá a tener reuniones, pero esta vez no serán de placer, sino de negocios, dentro del uso como oficinas al que será destinada. Un uso que no desagrada a los herederos del doctor Cera: “yo creo que a mi abuelo y sobre todo a mi madre les hubiese gustado, porque en esta casa siempre ha habido vida. Y ahora volverá a haberla”, sentencia Mauricio, que desde el jardín mira con nostalgia a la que fue la casa de su niñez.