El rompeolas. Barcelona recupera un clásico
Lugar de pesca, meditación, encuentros amorosos clandestinos, raciones de mejillones a la marinera en familia en el restaurante Porta Coeli…Hubo un tiempo no muy lejano en el que la vieja escollera del rompeolas de Barcelona se convirtió en un clásico como lugar de excursión para los barceloneses. Situado al final de la Barceloneta, este paseo se construyó en 1904 para proteger el puerto de temporales marítimos. Con el paso de los años, el bulevar fue ganando adeptos hasta formar parte de la vida de varias generaciones de ciudadanos.
Aprovechando ese tirón, a mediados de los años 20 se abrió un restaurante al final del paseo, en los bajos del faro que señalizaba la entrada al muelle. Ese restaurante, rebautizado como Puerta Coeli, acabó convirtiéndose en uno de los más famosos de Barcelona, al que acudían pescadores, parejas y los pocos turistas que entonces visitaban la ciudad. Y los fines de semana, familias enteras llenaban sus mesas para probar sus célebres mejillones a la marinera, sus sardinas a la brasa o sus patatas bravas mientras se disfrutaba la vista sobre el mar abierto. Sucesivas reformas permitieron la circulación de vehículos hasta el final del paseo, de forma que su popularidad aumentó. Pocos lugares se podían encontrar en una ciudad industrializada como la Barcelona de mediados del siglo XX para disfrutar de momentos de paz y tranquilidad ante el Mediterráneo. Fue tan emblemático que hasta Loquillo se inspiró en él para componer la canción Rompeolas.
Paradójicamente, la eclosión mundial de la ciudad con los Juegos Olímpicos de Barcelona’92, supuso el declive del lugar. La reforma de la fachada marítima, la creación del Puerto Olímpico y del Maremàgnum desplazaron el foco del ocio hacia el lado norte del Port Vell, relegando al rompeolas a un segundo plano, languideciendo cada año un poquito más hasta el 2.000, cuando el Porta Coeli cerró sus puertas, el edificio fue derribado y el espigón desapareció para construir el puente de Europa que debía facilitar el acceso de las embarcaciones a los muelles.
18 años después, Barcelona ha estrenado un espigón de 400 metros de longitud como una primera fase de un nuevo proyecto de ampliación de la ciudad hacia el mar. El proyecto culminará con una segunda fase en la que se construirán edificios para la docencia náutica, una franquicia del museo Hermitage que llevará la firma del arquitecto japonés Toyo Ito, y una zona de restauración que permitirá rememorar los tiempos más dulces del viejo rompeolas, que siempre ha permanecido en la memoria colectiva de los barceloneses.
Por eso, era cuestión de tiempo que cristalizase alguna opción que revitalizase el lugar para ocio y disfrute ciudadano. La nueva escollera se ha concebido como una prolongación del paseo marítimo a partir de una ampliación de la plaza Rosa dels Vents, que ahora ofrece una panorámica de 360 grados sobre el mar y la ciudad. En total estamos hablando de 36.000 m2de espacio de uso público y ciudadano que supondrán la extensión y la conexión de la zona portuaria con el paseo. Con esta reforma, el nuevo paseo acaba en un mirador con gradas con unas vistas únicas sobre el Mediterráneo y la zona que rodea a la montaña de Montjuïc.
Aún así, no queremos que nadie se lleve a engaño. El nuevo espacio poco tiene que ver con el mítico rompeolas. En el actual lo único que se puede hacer, de momento, es pasear. Los coches no tendrán acceso. Visualmente también dista mucho de aquel viejo dique en el que una ola traicionera te podía jugar una mala pasada mientras paseabas. Ahora se han colocado unas barandillas altas que limitan la relajante visión de las olas rompiendo en las rocas. Eso sí, ahora la visita es más segura, gracias también a un pavimento de hormigón rugoso y antideslizante que evita caídas.
Y sin embargo, la experiencia no podía ser más positiva. Desde su apertura a finales de 2018, han sido miles los visitantes que han recorrido a pie o en bicicleta los 400 metros hasta la inesperada panorámica 360 grados del nuevo mirador de Barcelona. Y lo más interesante, es que este éxito ha llegado de la forma más fácil posible. Sin publicidad, sin marketing…el tan temido y tan deseado boca-oreja ha convertido este reducto en una de las mejores experiencias para redescubrir Barcelona. Y como el clásico espigón, este también ha venido para quedarse. Será por la nostalgia del antiguo, por su increíble mirador, por la paz que se respira, o porque como cantaba Loquillo, en el rompeolas aún se huele el sol.