Pequeña ronda por algunos restaurantes clásicos de un barrio histórico
Por Daniel Vázquez Sallés
El barrio de El Raval es uno de los distritos más emblemáticos de la ciudad de Barcelona. Conocido antiguamente como el Barrio Chino, apelativo con el que el periodista Francisco Madrid bautizó al barrio en un artículo dedicado a los bajos fondos publicado en los años veinte del siglo pasado en el semanario El Escándalo, fue un caudal temático para los escritores hasta que perdió su vertiente más pícara gracias a los Juegos Olímpicos organizados en la Ciudad Condal en 1992.
El barrio de El Raval sigue siendo un lugar de aluvión en el que suelen encontrar cobijo los nuevos flujos migratorios de un mundo globalizado e incandescente. Dar una vuelta por el antiguo Barrio Chino significa adentrarse en culturas que hasta hace pocos años eran ajenas a los oriundos y un ejemplo es la población paquistaní y los comercios que irradian por las calles de un barrio que si bien ha perdido peso literario, mantiene intacta una vigorosidad encomiable que es pura luz para una ciudad ecléctica.
A pesar de los cambios sufridos por el barrio, algunos de sus restaurante clásicos han sobrevivido al paso del tiempo, puras joyas imprescindibles para mantener viva la memoria de las gentes que hicieron del Chino la isla urbana canalla por excelencia.
De los restaurantes clásicos de El Raval ya no está el Quo Vadis, pero sigue navegando con la velas hinchadas y el viento de popa, Casa Leopoldo. Nacido en 1929, de la mano de la familia Gil el restaurante se convirtió en un emblema cuya carta era un compendio de la mejor cocina popular. En sus salas, era fácil encontrar a Eduardo Mendoza, Maruja Torres, Juan Marsé o Terenci Moix compartiendo mesa al abrigo de unos buenos caldos. Los platos más antológicos de casa Leopoldo, su cap i pota, sus buñuelos de bacalao, su rabo de toro, sus albóndigas con sepia, su turbot al horno, su roscón con cabello de ángel comprado en la pastelería de la calle Riera Alta, eran un buen fondo para convertir las sobremesas en un divertido intercambio de sabiduría. El restaurante solía ser visitado por lectores extranjeros de novela negra por ser uno de los lugares favoritos del detective Pepe Carvalho, personaje literario creado por Manuel Vázquez Montalbán.
Tras vivir una época de cierta decadencia, fue comprado por Óscar Manresa y Romain Fornell, dos hombres sabios de la gastronomía que han tenido la virtud de haber renovado el restaurante siendo fieles a la esencia de Casa Leopoldo. Al restaurante le convenía un lifting, pero es el lugar ideal para nostálgicos y nostálgicos potenciales que buscan la Barcelona de siempre a través de la cocina.
Can Lluís es otro clásico del barrio. A punto de cumplir su ochenta cumpleaños, el restaurante regentado por Ferrán Rodríguez forma parte de la historia rebelde de Barcelona. Su antiguo propietario y fundador, Lluís Rodríguez, murió en 1946 como consecuencia de una bomba que hizo detonar una mujer cuando estaba a punto de ser detenida por la policía franquista.
La marca Barcelona sería solo una marca sin fondo si no fuera por lugares como Can Lluís, restaurante que aún huele a la rumba catalana que sonaba en los bares de un barrio que se recuperaba a duras penas de una guerra civil que había sido especialmente cruenta con los perdedores sociales que malvivían en sus calles. Junto a su cocina tradicional, el valor de Can Lluís es haber transmitido luz desde la Calle de la Cera y mantenerla encendida a lo largo de generaciones.
La cocina de mercado de Can Lluís se mantiene fiel a la tradición, sin artificios ni aditivos posmodernos. Una paella del señorito, unos callos con garbanzos, unos pies de cerdo con caracoles o un timbal d’esqueixada, son algunas de las recetas que sirven en un restaurante afincado en una cocina contundente cocinada para mentes contundentes alejadas de la cocina probiótica.
En la Barcelona gastronómica cabe todo tipo de propuestas culinarias pero es necesario mantener la tradición para no perder de dónde venimos. Sucede con Casa Leopoldo y Can Lluís, y también sucede con el Mercado de La Boqueria.
Convertido en un escaparate turístico, la personalidad del mercado más importante de Barcelona se mantiene firme gracias a algunos de sus bares. Si hay una barra imprescindible es la de El Pinotxo, y si hay un personaje irreemplazable es Juanito Bayen, un showman que parece sacado de una comedia italiana. Juanito es el Toto catalán, el hombre que te abre las puertas de una cocina compuesta por tapas y platillos preparada con maestría por sus sobrinos Jordi i Albert. Un consejo es degustar los chipirones con judías o habitas, o la ensalada de lentejas con bacalao, o los garbanzos con butifarra negra, o el cocido de carne, o el pulpo a la gallega, o los berberechos con el aroma del mar aún guardada en sus entrañas, con una copa de cava, un viaje gustativo idóneo para terminarlo con un xuxo de crema, una delicia de placeres azucarados que puede trasladarnos al país de nuestra infancia con tan solo cerrar los ojos y que permite iniciar un paseo por las Rambles con la energía del viajero clásico, la antítesis del turista que tan magistralmente retrató Anne Tyler en su libro El turista accidental.
Las Ramblas es la frontera de El Raval y una de las calles más visitadas del mundo. Lugar favorito de los navegantes que descienden de los cruceros de lujo, Las Ramblas está en los preámbulos de una reforma que le devolverá el cariz y la magia de antaño. Esta resurrección respetará sus estandartes y uno de ellos es el Restaurante Amaya, cuya primera piedra la pusieron Antonio Mailán Poussin y José Marcé Miquel en 1941.
Su cuarta generación sigue fiel a una cocina vasca con influencias mediterráneas Croqueta de rape y gamba roja, huevos estrellados con setas. Alubias de Tolosa. Tortilla de bacalao con pimiento y piparra. Chistorra de Navarra, mini hamburguesa de rabo de toro, paella de pescado y marisco, merluza en salsa verde con almejas, kokotxas de merluza al estilo Akelarre, chipirones del Norte en su tinta, chuletón de buey fileteado , cochinillo crujiente con puré de manzana, la carta no da lugar a equívocos. Se puede viajar de Las Ramblas al País Vasco mediante la gastronomía y Casa Amaya es una excelente agencia de viajes de esta Barcelona vieja y de glamurosa decadencia.
A pesar de estar circundado por la Ronda de Sant Antoni, por Las Ramblas, por el litoral portuario y por la Avenida del Paralelo, El Raval es un barrio expansivo y ecléctico con un mundo en evolución. La prueba son la infinidad de nuevos restaurantes que beben de la doctrina de gentes como Ferrán Adrià o de la comida de fusión de las culturas arribadas a una ciudad cosmopolita. Que se conviertan en clásicos y pasen a engrosar la lista junto a Casa Leopoldo, Can Lluís, el Pinotxo o el Restaurante Amaya dependerá de su tenacidad y de la calidad de su cocina. El cliente de paladar educado nunca se equivoca.
Daniel Vázquez Sallés (Barcelona, 1966) es escritor, guionista y colabora habitualmente en diferentes medios de comunicación, en muchas ocasiones con temas relacionados con la gastronomía y el cine. Se licenció en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y estudió cine en la Universidad de Nueva York. Entre su bibliografía destacan las novelas Lena, Si levantara la cabeza, El intruso, La fiesta ha terminado y Flores negras para Roddick, así como el libro de memorias Recuerdos sin retorno: para Manuel Vázquez Montalbán, en el que el autor explica a su padre, fallecido en 2003 en el aeropuerto de Bangkok, qué ha pasado en el mundo desde su muerte.