Álvaro Colomer, un escritor sin patria por Daniel Vázquez Sallés
Nacido en Barcelona en 1973, Álvaro Colomer es un escritor y periodista todo terreno. Como periodista ha sido colaborador y colabora en "El Mundo" y "La Vanguardia'" así como en otros medios como Yo Dona, Cultura/s, Mercurio, Primera Línea, Cadena Ser o Ajoblanco. En los últimos años ha destacado como cronista cultural.
Como escritor ha cultivado la ficción y el ensayo con un gran éxito entre la crítica y el público. Entre sus novelas destacan “Los bosques de Upsala”, la última obra de una trilogía en la que se analiza en primera persona el fenómeno de la muerte y el suicidio, y "Aunque caminen por el valle de la muerte", novela que reconstruye la 'batalla de Najaf', uno de los combates más importantes de cuantos libró el ejército español durante la invasión de Irak.
Como escritor de novela juvenil, acaba de ganar la trigésimo quinta edición del Premio Jaén de Narrativa Juvenil con la obra "Ahora llega el silencio”.
En la mesa de un bar de la Calle Compte Urgell, un té rojo, un agua sin gas y dos cigarrillos humeantes en el cenicero.
¿Cuál es la Barcelona de tu infancia?
Yo soy nacido en les Corts, cerca del Campo del Barça y casi en la frontera con l’Hospitalet, pero educado en la Bonanova, en las Escuelas Pías de Sarriá. En aquella época les Corts era un barrio más popular, mucho más que ahora, que parece una extensión de Pedralbes. Cuando yo era niño, al estar mi casa tan cerca de Hospitalet, me horrorizaba que pensaran que yo no era un barcelonés de pura raza. Cosas de la niñez.
Pero en cuanto a tu educación te reconoces más como un chico de la zona alta
De hecho, los recuerdos lúdicos de mi adolescencia están ubicados en bares como el Pippermint, o en locales emblemáticos como el UP&DOWN. Y a mi pesar, porque yo estaba muy en contra de todo lo que olía a pijería. La muerte de mi padre cuando yo tenía 13 años cambió muchas cosas, pero a pesar la tragedia, los amigos que arrastro desde mi primerísima juventud son de la zona alta.
¿Qué supuso la muerte de tu padre?
Un cataclismo emocional, claro está, y también económico. Mi padre había heredado una empresa de plásticos y vivíamos muy bien, pero al día. Al ser una familia que dependía enteramente del dinero que ganaba él, sucedió lo inexorable: muerto el perro, muerta la rabia. Con la desaparición de mi padre me di cuenta de que yo no pertenecía ni social ni económicamente al sector social en el que me había educado.
¿Tuviste que cambiar de escuela?
No, porque en ese colegio había un convenio que decía que, si a uno de sus miembros le ocurría una desgracia como la mía, los demás padres tenían que asumir el coste de la educación del alumno huérfano. Por eso mi madre me dijo: aquí, a aprobarlo todo hasta COU y no te vengas con tonterías. Por supuesto, me puse a estudiar como un loco.
Los vaivenes de la vida, estar siempre en tierra de nadie, hicieron que el adolescente Colomer terminara viviendo en el piso que tenía el abuelo en la calle Mandri.
Imagínate. Al final, por motivos de salud, mi abuelo se fue a vivir con mi madre y dejaron que me quedara solo con 18 años en una casa de renta antigua con la condición de que no se enterara el propietario. De día trabajaba en la tienda Levis y de noche … las fiestas terminaron por delatarme y me vi obligado a abandonar el piso.
Estudios de filosofía, escrituras iniciáticas y sus primeros pinitos como periodista en la revista Ajoblanco dirigida por el ínclito Pepe Ribas.
Trabajaba gratis, por supuesto, tecleando textos, y todo lo que me mandaran. Tras una experiencia en Inglaterra, logré incorporarme al grupo Z como periodista todo terreno. Un día estaba en el Bagdad, otro en el Tibidabo hablando del tren de la bruja. La revista Interviú, en cambio, sí que me pedía reportajes potentes aprovechando mi edad para que hiciera mucha noche y todo lo que significa la nocturnidad. Aunque, si soy sincero, siempre me han quedado las ganas de hacer reportajes sobre la historia de Barcelona, pero nunca encontré el hueco.
En tus libros, en tus novelas, Barcelona jamás ha tenido un protagonismo singular.
Jamás. Incluso en la novela Los Bosques de Upsala, en la que la huella de Barcelona sigue silenciosa el transcurso de la narración, la ciudad se menciona muy tangencialmente. Algo que ocurre en todas mis novelas urbanas.
¿Serías otro escritor si hubieras nacido en otra ciudad?
No. En un sentido literario, soy de Barcelona accidentalmente.
En estos últimos años si que has tenido la oportunidad o la necesidad de reflejar la cultura barcelonesa en tus crónicas culturales.
Si, y me han ayudado a abrir los ojos. Yo pertenezco al grupo cultural que escribe en castellano, y la crónica me permitió descubrir que hay mucha vida fuera de Marte. Con las crónicas me sorprendió descubrir que la trascendencia cultural de Barcelona es inversamente proporcional al tamaño de urbe, una ciudad pequeña comparada, por ejemplo, con Londres.
Aunque una ciudad sea muy grande, lo cierto es que la ciudad de cada uno es pequeña porque siempre se mueve en el mismo barrio.
Reconozco que yo no sé que hay más allá del Paseo San Juan. Mi ciudad va del Raval a la Bonanova. Y a la Bonanova, por mis amigos de mis años de mi mejor Juventud, como diría Pasolini.
“Oh, yo, jovencito. Nazco en el olor que la lluvia suspira desde los prados de hierba fresca”, dice el poema de escritor romano.
Volviendo a las crónicas, las crónicas me han descubierto un universo en catalán que me era completamente desconocido.
¿Eres una persona optimista? Por la temática de tus libros no lo parece.
Yo soy más optimista sobre la condición humana que lo que reflejan mis novelas. Como autor me gusta distanciarme de mi mismo. De hecho, muchos amigos se ríen de mi porque cuando hablo de ciertos acontecimientos destacables siempre hago mía la efeméride. “Hemos enviado una nave a Plutón”, y se descojonan. La que si que está preocupada por mis novelas es mi madre. Pobre mujer.
Acabas de ganar un premio de novela juvenil, ¿no?
Si, el Premio Jaén de Narrativa Juvenil con "Ahora llega el silencio”. Me dieron la beca Monserrat Roig, que consiste en que te dejan durante tres meses un despacho en cualquier lugar de la ciudad a condición de desarrollar una historia, y a mí me tocó Montjuïc. La novela va de una distopia situada en una Barcelona post apocalíptica en la que por culpa de un virus solo sobreviven los menores de 22 años.
Como una especie de El señor de las moscas.
Sí, efectivamente. En esa sociedad, los jóvenes adultos putean a unos niños que solo encuentran amparo en unos adolescentes que tienen que decidir si quieren ser como esos jóvenes violentos o si abrazan la rebeldía. Sean de un grupo o de otro, todos están condenados a morir.
Y tu madre, feliz con la nueva historia.
Ya ves. Los protagonistas de la novela son tres adolescentes que asumen la tutela de un bebé que encuentran abandonado y que deciden salvarlo llevándole de un punto a, que podría ser Les Corts, a un punto b, al que ellos llaman El castillo, y que el lector puede identificar como La Sagrada Familia. En este recorrido irán pasando aventuras sorteando las diversas pandillas que controlan los barrios surgidos del apocalipsis.
¿Y en Castillo que encontrarán?
Ellos han oído que allí se está fraguando una nueva sociedad en la que, a pesar de que sus miembros también estén condenados a morir a los 22 años, los hijos pasarán a ser tutelados por otras madres una vez hayan muerto sus progenitoras. En medio del caos, El castillo se presenta como una promesa paradisíaca.
¿En qué barrio pre apocalíptico vives ahora?
En el Ensanche Izquierdo junto a mi mujer, Marta.
¿Qué te gusta de Barcelona?
Yo soy muy de bares. De esos bares silenciosos que me permiten ir a leer religiosamente de 8 a 9 de la noche y que ahora casi no existen. Cuando vivía en Gracia solía ir mucho a los bares situados alrededor de la Plaza de la Virrena.
¿Y en esta urbe llena de bares estridentes, has encontrado algún local que te permita seguir con tu rutina?
Voy probando. Aunque cueste encontrar el decorado idóneo, me niego a terminar con la metodología de lector compulsivo. De 25 a 50 páginas cada día en la que mezclo el placer con mi trabajo de crítico literario.
En la mesa de un bar de la Calle Compte Urgell, una copa y un vaso vacío, y en el cenicero, dos nuevos cigarrillos recién encendidos.
Foto de portada de Marta Calvo