Vida y gloria de la montaña de Montjuic por Daniel Vázquez Sallés
Aunque la montaña aparezca mencionada en la obra “Chorographia Liber secundus” de Pomponius Mela como Mons Iovis, el nombre de Montjuic tiene su origen etimológico en Montjuich, que es como en el catalán del medioevo se denominaba a “la montaña de los judíos”. Dice la leyenda que en la cumbre del cerro había habido un asentamiento judío. Y para corroborar la leyenda, y no muy lejos de dónde decían que se ubicaba el asentamiento, en la vertiente norte, se encontró en 1948 una necrópolis judía.
Sea o no sea cierta la leyenda, por su ubicación excepcional, Montjuic ha servido como sitio de diversas poblaciones desde la edad de bronce hasta el nacimiento de la ciudad de Barcino, fundada por los romanos entre los años 15 y 13 a.C en la zona que se extendía entre los deltas del Besós y del Llobregat. Históricamente, la situación estratégica de la montaña no sólo ha servido para proteger a la ciudad de los ataques externos sino también para controlarla en caso de revueltas, tal como demuestran las hazañas bélicas protagonizadas por las huestes del Castillo de Montjuic, fortaleza construida con los cañones apuntando directamente al epicentro de Barcelona.
Antes de convertirse en uno de los pulmones verdes de la gran metrópolis, en Montjuic se ubicaron una torre de vigía y diversas ermitas románicas, como la de Sant Julià, la de Sant Ferriol, o la de Sant Fruitós, construcciones de las que solo queda constancia documental, o la de Santa Madrona, destruida en 1714, tras la entrada de las tropas de Felipe V a la ciudad como colofón a la Guerra de Sucesión.
De la montaña de Montjuic se extrajo la piedra del gres, un tesoro autóctono con el que se construyeron los principales edificios de la ciudad hasta la época moderna. La muralla romana, el templo romano, la primera iglesia cristiana o las catedrales románicas y góticas utilizaron esta piedra transportada desde las canteras de origen romano, desparecidas con las explotaciones que han dado la fisonomía actual a la montaña. El descubrimiento de la lápida de Cayo Celio durante la construcción de los nuevos accesos del Anillo Olímpico en 1989 hizo suponer que allí había habido uno de los talleres en el que se tallaban los bloques de gres.
La relación de Barcelona con la cantera de Montjuic está muy bien escenificada en el libro de Ildefonso Falcones, La catedral del Mar, novela que narra la vida cotidiana de Barcelona durante el siglo XIV desde la mirada de su protagonista, Arnau Estanyol. La historia de Falcones tiene como nexo central la construcción de la Iglesia de Santa María del Mar por los feligreses de la zona del puerto y del barrio de la Ribera. Estos antiguos ciudadanos sufragaron la construcción del edifico con su dinero y, en sus horas de asueto, trayendo los bloques de piedra con los que fueron levantando la santa edificación.
La desventaja de un parque como el de Montjuic respecto a otros parques emblemáticos como el de El Retiro, es su ubicación un tanto periférica. Muchas veces, Montjuic queda lejos para su disfrute cotidiano, pero tanto para los autóctonos como para los forasteros, la montaña de los judíos merece ser disfrutada sin prisas y, desde luego, sin pausas.
Hay dos eventos fundamentales para la historia contemporánea de Montjuic. Uno fue la Exposición Universal de 1929, acontecimiento que marcó la estética del parque por los edificios que se construyeron a su mayor gloria. El otro fue los Juegos Olímpicos de 1992. Si una vez en Montjuic, ya hace muchos años, hubo un parque de atracciones que no pudo soportar el paso del tiempo, la celebración de las olimpiadas cambió la ética de una montaña que se transformó en un gran parque temático por la magnitud ecléctica de su oferta.
A la montaña se puede subir por distintos medios de locomoción, pero quién quiera subir desde el puerto disfrutando de un viaje por las alturas, tiene un teleférico que muere frente al edificio en que un día se ubicaron los antiguos estudios televisivos de Miramar convertidos ahora en hotel.
La visita se puede empezar por el rejuvenecido Castillo de Montjuic. Si un cazador de espíritus colocara un micrófono con el fin de escuchar psicofonías, se pondría las botas. El Castillo de Montjuic fue una fortaleza militar hasta finales del siglo XIX. Y en el siglo XX, fue utilizado como cárcel, y sus muros, como paredones de fusilamiento para disidentes políticos como fue el caso del President de la Generalitat Lluís Companys. Tras el cierre de su Museo Militar en 2009, el Castillo fue destinado al turismo y algunas de sus estancias, para ubicar la imaginación de escritores becados. Los tiempos cambian, aunque no lo parezca.
Para quién quiera disfrutar de su oferta museística, Montjuic consta de cuatro de los más importantes museos de Barcelona.
La Fundació Miró se ubica en un magnífico edificio proyectado por el arquitecto Josep Lluís Sert, discípulo de Le Corbusier y decano de la Escuela de Diseño de la Universidad de Harvard. La elección de Sert fue del mismo Miró, quién quiso destinar sus fondos en un edificio digno del legado pictórico concedido a la ciudad.
También es destacable el Museo de Arqueología, un paseo fantástico por la historia de Cataluña que va de la prehistoria a la época medieval, pasando por la colonización griega y fenicia.
Pero si hay dos centros museísticos mayúsculos son el CaixaForum y el Museo Nacional de Cataluña.
El primero se ubica en la antigua fábrica textil Casaramona, edificio modernista proyectado por el arquitecto Josep Puig i Cadafalch. En su remodelación, se contó con la colaboración de grandes arquitectos como el japonés Arata Isozaki. Aparte de cumplir como centro cultural, social y educativo, el espacio cuenta con cinco salas de exposición que acogen muestras itinerantes de arte antiguo, moderno y contemporáneo desde un punto de vista vanguardista.
El segundo es, sin duda, la colección de arte románico más importante del mundo. Las 25.000 piezas que completan la muestra, entre las que destacan obras de los maestros Jaume Huguet, Lluís Dalmau, Bernat Martorell y Lluís Borrassà, se acogen dentro de las paredes de un monumental palacio construido para la Exposición Universal de 1929. De estilo clasicista, fue proyectado para ser derruido tan pronto se terminara la exposición, pero por suerte, o por los avatares de especulación, ahora es parte fundamental del perfil urbanístico de la ciudad.
Frente al Museo Nacional está la Fuente de Montjuic. Se la denomina mágica porque, con el paso de los años, se ha convertido en una de las atracciones veraniegas favoritas de los ciudadanos junto al Grec, certamen celebrado al aire libre en un teatro construido en 1929 a imagen y semejanza de los coliseos helenos. La fuente Mágica de Montjuic, la joya de la corona de una explanada que muere en la Plaza de España, exhibe cada verano diversos espectáculos de música, luz y colores al gusto de los mortales amantes de pasar las noches al amparo de los cielos estivales.
Yendo en dirección al Anillo Olímpico, es recomendable visitar el Pueblo Español, otro legado de la exposición del 29 que permite hacer un recorrido por las diferentes Españas arquitectónicas. En unas pocas horas, se pasa de visitar un barrio andaluz a caminar por una representación del Camino de Santiago, haciendo una pequeña parada en una taberna riojana para tomar una tapita.
Los amantes del olimpismo disfrutarán con el anillo olímpico. El Estadio Olímpico Lluís Companys, el Palau Sant Jordi de Isozaki, la Torre Calatrava, el Museo del Deporte Juan Antonio Samaranch, los cuatro pilares del olimpismo barcelonés nos permiten viajar a los considerados, hasta la fecha, los mejores juegos olímpicos de la historia por su brillantez y una colaboración ciudadana nunca antes experimentada. Si los rockeros nunca mueren, son los rockeros los que mantienen vivo unos espacios deportivos que sin la música verían crecer la hierba por falta de estímulos estrictamente deportivos.
Esta crónica dedicada a Montjuic quedaría coja si no se escribieran unas cuantas líneas sobre el Jardín Botánico y el Cementerio de Montjuic
El Jardín Botánico es un homenaje a la flora mediterránea, -1300 especies vegetales repartidas en 14 hectáreas-, de una tonalidad y una aromática cambiantes según las estaciones del año. Ese hermoso vergel se puede ver desde el Cementerio de Montjuic. Inaugurado en 1883 por el alcalde Rius i Taulet ante la incapacidad de las viejas necrópolis de Barcelona de dar sepultura a nuevas inhumaciones, el camposanto ocupa casi toda la ladera sur de la montaña y cuenta con una gran cantidad de sepulturas y panteones de gran valor artístico que abarcan diversos estilos arquitectónicos. Para conocer la idiosincrasia de una ciudad hace falta conocer sus mercados y, sin ganas de ser macabro, también sus cementerios. Quién visite el Cementerio de Montjuic tendrá la oportunidad de ver los mausoleos de los hombres más o menos ilustres sin los cuales Barcelona no sería la ciudad idolatrada por los miles de turistas que la visitan.