Manuel Outumuro: “La foto no la hace la cámara, la hace el fotógrafo”
Que la fotografía es una forma de arte, es bien sabido. Pero cuando el fotógrafo es capaz de inmortalizar con su cámara el alma de una persona, también se convierte en un don. Una gracia especial que, sin duda, posee el fotógrafo Manuel Outumuro, y que le permite desnudar de cualquier artificio a las personas que pasan por su objetivo mostrando así su yo más auténtico.
A lo largo de sus 30 años de carrera, Outumuro ha colaborado en numerosas revistas nacionales e internacionales, retratando a grandes personalidades del mundo del cine, la literatura, el deporte, la moda o la música. Retratos clásicos de rostros conocidos que se convierten en una auténtica memoria visual de los últimos años de la España contemporánea.
En su estudio de Barcelona, ubicado en el Palau Fonollar que fue construido en el siglo XVIII y donde residió la noble familia Güell, compartimos con él una agradable charla con el increíble marco de fondo de los frescos de finales del siglo XVIII que adornan las paredes del salón principal que él mismo encargó restaurar.
Al repasar con él sus inicios en el mundo de la fotografía descubrimos que son puramente autodidactas y, de algún modo, hasta podría decirse que su inquietud artística por esta disciplina está bañada de cierto azar: “Me formé como diseñador gráfico en la Escuela Massana. Trabajé mucho en ilustración, textil, gráfico y moda… Diseñé la imagen de creadores y trabajé con muchos fotógrafos de moda. Hasta que un día no se presentó un fotógrafo y yo hice las fotos con una cámara que teníamos para el making of. El resultado fue emocionante, me pareció que se hacía solo, yo nunca me había fijado en la técnica que utilizaban los demás. Así es como cambié la tipografía por la fotografía. Y pronto llegó el primer editorial para El País. Tan solo llevo 30 años haciendo fotos, soy un fotógrafo tardío”.
El maestro de la luz, como es conocido en el mundo de la fotografía, nos habla con suma honestidad del descubrimiento de su estilo personal, absolutamente natural y despojado de técnicas o métodos, en el que el elemento central gira siempre entorno a la iluminación: “No me gusta la técnica, ni siquiera las cámaras, me parecen demasiado obsoletas. Al principio no me cuestionaba la tecnología, sólo disparaba con luz natural. Y fue precisamente ese modo de hacer el que fundamentó las bases de mi propio estilo. Pero eso lo descubrieron Ramón Prats y Silvia Ventosa, comisarios de la exposición LOOKS, una retrospectiva que me dedicó el Museu del Disseny de Barcelona. Estudiosos de la fotografía le dieron rigor a mi trabajo en los textos escritos para el catálogo de dicha exposición. Agruparon más de 250 fotos en 7 apartados y por primera vez vi mis fotos colgadas en un museo, eso me produjo una gran emoción. Y también me hizo tomar consciencia de mi obra”.
Manuel Outumuro es un hombre grande, culto, comedido en los gestos y con la apariencia de un patricio que se mueve con seguridad. La seguridad que da saber quién eres y de dónde vienes. Porque algo muy importante para él y que describe con toda belleza es su infancia y el afecto por sus padres y abuelos. Su familia es, sin duda, una base sólida que le ha permitido acceder y enfrentarse a cualquier personaje de forma directa y honesta: “En mi opinión afectan mucho los orígenes, sobre todo hasta los 10 años. Te definen, y todo lo que aprendes es lo que vas a ser. Yo me crie con mis abuelos, mis padres estaban en Caracas. En el pueblo todos los niños estábamos en esa misma situación, pero mis padres siempre estaban presentes en una foto colgada a los pies de mi cama. La ausencia estaba suplida por la fotografía. A ellos los conocí con 10 años cuando nos vinimos a vivir a Barcelona”.
Y comparte con nosotros sus recuerdos familiares a través de algunas imágenes del móvil en las que aparece su padre caracterizado de terrateniente para una película de Isabel Coixet. También nos habla de su madre y su hermana y de la divertida historia de un retrato negado, para el que ambas le solicitaron un equipo completo de estilismo, peluquería, maquillaje, decorado y luces, como los que él emplea con las demás personalidades que retrata. Ambas imágenes se reproducen en su último libro, ‘El libro de los retratos’, editado por La Fábrica.
En fotografía, un retrato es una imagen que va más allá de la foto de un rostro. Un auténtico retrato debe captar el alma de la persona y provocar emociones en el observador. Y esto es algo que Manuel Outumuro domina con maestría: “Cuando hago una fotografía busco el alma de la persona. Y enseguida sé cuándo consigo la foto. Lo sé cuándo confluyen la energía de la preparación, la libertad que les has dado al equipo y el momento del disparo, ese instante mágico e irrepetible. No siempre es la foto que el equipo aplaude o que el retratado esperaba, se necesita un tiempo de reflexión para elegir la imagen definitiva”.
Quizás sea su don natural o el fruto de sus orígenes e historia personal lo que ha llevado a Outumuro a descubrir la verdadera esencia de un retrato, la de la vida misma: “Lo que viví hasta los 10 años influyó en mi forma de mirar. Hacer figuras con fango sin saber que aquello se llamaba: moldeado del barro. Ver reflejos de luz como diamantes en la charca a la que llevaba las vacas a beber. Para mí la vida está hecha de estos dos elementos: el barro y la luz. El barro como materia que define la forma y la luz como alma, como espíritu”. Porqué, tal como recogía la historiadora de fotografía Laura Terré en el prólogo de “Outumuro, El libro de los retratos”, Manuel afirma: “…vengo de pisar estiércol, de pisar mierda de vaca. Y hoy sé que un retrato está compuesto de dos elementos: la figura, es decir, la materia de que está hecho el personaje. Y la luz, lo que uno aporta para hacerlo trascender en el momento del disparo. Esa luz que uno le infunde no debe apagar nunca la propia luz que el personaje emite”.
Al preguntarle cómo sería su autorretrato, responde, casi sin pensar: “No tengo ni idea. Sólo me hice uno cuando estaba en la mili”. En ese momento, rescata una antigua fotografía de su móvil y nos muestra la imagen de un joven de 21 años en la que la luz realza su perfil y da toda la profundidad a un semblante tranquilo. Y, sin más, apostilla: “me la hice para probar la cámara”.
La principal tarea de Outumuro a la hora de enfrentarse a un nuevo retrato, tal como él mismo explica, es la de “limpiar al retratado de su idea de cómo a él le gusta ser y figurar en una imagen. Ante la cámara muchos ofrecen lo que creen es su lado más fotogénico, su mejor ángulo, su mejor sonrisa... Pero esto puede ir en contra de lo puro, de lo esencial. A veces sin sus propias ‘poses’ resulta más fuerte y con más presencia. Todo retrato tiene su dificultad. Algunos personajes pueden ser más profundos e intensos siendo menos expresivos que otros sobreactuando”.
Pero lo que tiene claro de verdad, para regocijo de muchos, es que “no existen las personas poco fotogénicas”. Y se lanza a explicarnos una anécdota personal que ilustra su afirmación: “Al finalizar una clase magistral en Málaga, en el apartado de ruegos y preguntas, una señora le dijo: Mire yo estoy harta de que me digan que no soy fotogénica. Y como hago el mejor gazpacho del mundo, le propongo que me haga un retrato y yo le preparo un litro de gazpacho fresquísimo. Yo me la quedé mirando, supongo que, con cara de sorpresa, y le respondí: señora usted no es que no sea fotogénica, usted ha sido mal iluminada toda la vida. Y con la gracia y el salero del sur la señora muy satisfecha me respondió: ¡Pues ya me quedo yo más tranquila, al final resulta que lo que soy yo es una “maliluminada”! Yo no creo demasiado en eso de la fotogenia, todo estriba en dibujar con la luz, en definir con las sombras”.
Porque la cámara para él es solo una mera herramienta y de forma rotunda afirma: “La foto no la hace la cámara, la foto la hace el fotógrafo. No sé utilizar muchas cámaras y la considero una herramienta caduca, un poco anti diluviana. Me gustaría que la cámara no se interpusiera entre el fotógrafo y el retratado, además existe el término “disparar” que encierra una cierta agresividad y de alguna forma hace que el personaje se proteja”. Y con tono divertido añade: “Creo que seré más feliz si en el futuro en vez de disparar, se pudiera parpadear. Muchas veces pienso que la buena foto está cuando el retratado es ajeno a la cámara, porque pasa de la actitud de ser fotografiado a la actitud de ser él. En realidad, me gustaría tener un chip y que al parpadear se quedara fijada esa imagen en el ordenador”. Nos cuenta entre risas.
De todas sus sesiones, se queda con “la primera”, que es a la vez “con la que se ha sentido más libre, más a gusto y también la de mayor dificultad”. Y a pesar de ser considerado uno de los grandes especialistas de la fotografía de moda, Outumuro considera que “lo único que he aportado a este campo es un archivo donde quedará la historia de la indumentaria en el último cambio de siglo. Al principio el mundo de la moda me incomodaba. Pero al trasladarme a Nueva York descubrí que la historia indumentaria me fascinaba. Primero llegó el interés antropológico por la vestimenta y eso me llevó a interesarme por la cultura de la moda. A ello contribuyeron las charlas con Richard Martin, director del Departamento de Indumentaria del Metropolitan de Nueva York, y en otra vertiente más reciente, mi labor documentando gráficamente los trajes del fondo del Museo Balenciaga”.
Terminamos la entrevista hablando de Barcelona que, aunque no es su ciudad natal, es el lugar en el que vive y del que ha presumido muchas veces. Una ciudad que, afirma, “me gustaba más antes que ahora. Yo soy un gran andarín, ando dos horas diarias y en esos paseos siempre acabo descubriendo nuevos lugares de la ciudad. A quiénes no la conozcan les recomendaría pasear, mirar y descubrirla.”
Y antes de marcharse, nos regala su consejo para los amantes de la fotografía que deseen incursionar en este mundo: “Hoy no necesitas tanto aprendizaje. La técnica ha avanzado mucho. Hoy es fácil hacer una fotografía. Lo que es difícil es conseguir un lenguaje fotográfico propio. Se puede aprender a mirar: por ejemplo, un libro de fotografía se puede leer como si leyéramos un libro de narrativa, no quedándonos en la superficie de la tipografía, sino profundizando en lo que nos cuenta. Una foto no es sólo el formalismo que se descubre con la primera mirada, necesita ser leída, en este caso observada con tiempo y reflexión.”