Feria de Reyes de la Gran Vía, la última esperanza para el regalo perfecto
Nota Previa: El artículo que está a punto de leer está relacionado con la Navidad y puede contener spoilers sobre una de sus principales tradiciones. Por eso, recomendamos que mantenga este post fuera del alcance de los niños.
Barcelona, 5 de enero. Es la noche de Reyes. A la espera de que la llegada de los Reyes Magos al día siguiente dicte sentencia a su buen comportamiento en el último año, toda la ciudad duerme plácidamente o da vueltas en la cama. ¿Toda? No, en una calle de Barcelona cientos de personas corretean desesperados por los puestos de un mercado en busca de un milagro. Bien sea ese juguete de moda que lleva semanas agotado en jugueterías y centros comerciales o bien sea ese bolso, abrigo, o artículo de artesanía que les salve, un año más, de su mala planificación con los regalos de Reyes.
Ese es el sino de la Feria de Santo Tomás y Reyes, que se celebra desde 1877 en la Gran Vía, entre Calabria y Muntaner. Lo que empezó con una concentración de 18 paradas que vendían juguetes y caramelos, ha ido creciendo con el paso de los años hasta llegar a los 273 puestos que han abierto en la edición de este año. Y no solo se venden juguetes. Bisutería, platería, ropa, pañuelos, sombreros, complementos, decoración para el hogar y artículos de artesanía se dan cita en este tradicional mercado navideño.
Aunque con una historia centenaria, la feria de Reyes de la Gran Vía no goza de tanta fama como la Fira de Nadal de Santa Llúcia, a la que suele coger el relevo cada año. Al ser la llegada de los Reyes Magos una tradición española, su alcance y su popularidad se ha visto limitado respecto a otros mercados europeos prenavideños que apuestan por la llegada de Papá Noel, Santa Claus, San Nicolás, el Olentzero vasco, o el anciano arquetípico de cada cultura que trae regalos a los niños buenos. Sea como fuere, pocas ciudades pueden presumir de tener un calendario navideño tan extenso como el de Barcelona. Entre la Fira de Santa Llúcia, la de la Sagrada Familia y la de Gran Vía, Barcelona se garantiza mes y medio de filón navideño con el que atraer al turismo.
Mención especial tienen las churrerías de la feria. Hasta 11 este año. ¡Ah, las churrerías! Con un invierno recién estrenado y el viento que suele castigar una calle tan abierta como la Gran Vía, a uno le entra mejor un buen chocolatito caliente, para quitarse el frío. Y como en estas fechas ya se come por costumbre, mejor acompañarlo de churros clásicos, rellenos de nata o de crema, porras, gofres, o del ‘xuixo’ de Girona, que está celebrando su centenario. Todo sea para hacer país. Resistirse a la tentación puede ser fácil al pasar el primer puesto, y el segundo, y quizás el tercero. Pero con tanta parada esparciendo ese olor inconfundible por toda la feria, a uno y otro lado de la calle, llega un momento en que es mejor claudicar, ceder a los impulsos y dejarse arrastrar por ese hipnótico aroma que nos atrapa como si fuera el flautista de Hamelin. Total, todavía nos espera el roscón de Reyes.
Eso sí, que nuestro improvisado ágape no nos desvíe de nuestro propósito principal al visitar el mercadillo, que no es otro que realizar las compras navideñas. Para ello tenemos un horario ininterrumpido de 11h a 22h en el que recorrer una y otra acera de la Gran Vía buscando el regalo ideal, y para autoconvencernos que con tanto paseo estamos quemando el ‘xuixo’. En caso de indecisión, siempre podemos volver otro día, ya que la feria se instala de forma permanente el 20 de diciembre hasta la madrugada del día 6, cuando los Reyes ya han llegado a nuestra ciudad.
Es precisamente ese el momento álgido de la feria de Reyes. Sea por la indecisión de los niños, que se piden todo lo que anuncian en la tele, o por la falta de tiempo de sus padres para comprar los regalos sin levantar sospechas, la arteria barcelonesa se convierte en un hervidero de gente que recorre los puestos a la desesperada, en busca del regalo salvador. Los más afortunados, tras hallarlo abandonan satisfechos el bulevar, como el que encuentra la aguja escondida en el pajar. Al resto, no le queda otra que volver a recorrer todas las paradas para dar con ese regalo de mínimos que les permita cumplir el expediente. A falta de granja playmobil bueno es el establo. Para calmar el desánimo, y para reponer fuerzas tras horas de caminata, no les será difícil autoconvencerse que merecen una recompensa. Así que una nueva visita a la churrería será siempre un buen final a esta búsqueda incesante. La Operación Bikini puede esperar.