Esplendor modernista ante un siglo convulso
El paseo de Gràcia es la principal arteria —la más señorial, la más observada y codiciada— de la dinámica Barcelona burguesa que, a mediados del XIX, derribaba sus murallas medievales para expandirse hacia Collserola. Nos fijamos en el número 35, a sólo tres travesías de la plaza de Catalunya, en la esquina con la calle Consell de Cent: ante nuestros ojos —y los de miles de turistas—, se yergue la casa Lleó i Morera, una de las tres joyas de la modernista manzana de la Discordia, que comparte con las casas Batlló (Gaudí) y Amatller (Puig i Cadafalch).
Manzana de la Discordia, año 1910 (autor Jorge Venini)
Se trata del magnífico resultado de la actuación entre 1902 y 1905 del arquitecto modernista Domènech i Montaner —el creador, también, del Palau de la Música Catalana y del Hospital de Sant Pau— sobre la antigua casa Rocamora, hasta entonces melliza de la que ocupa la otra mitad del chaflán y linda con Consell de Cent. En 1894, el edificio pasa de la familia Mumbrú, que lo había construido 30 años antes y lo había disfrutado durante dos generaciones, a la familia Morera, que lo poseería durante cuatro a lo largo de medio siglo: hasta 1943.
Francesca Morera, sobrina del comprador —su tío Antoni—, encarga a Domènech i Montaner la reforma modernista que dio al inmbueble su aspecto actual. Tras una primera fase centrada en modificar la distribución del interior, se produce otra que transforma la fachada y la corona con un templete que excedía en nueve metros la altura máxima edificable, para lo cual hubo que solicitar permiso al ayuntamiento. La maravilla es obra del arquitecto, del decorador Gaspar Homar y del trabajo de medio centenar de los mejores maestros y artesanos.
El edificio se vendió en 1943 a la aseguradora Sociedad Mercantil Bilbao, que lo conservó hasta 1986, cuando se lo compró la Mutualidad General de Previsión Social de la Abogacía. En 1998, lo adquiere el Grupo Planeta, y, finalmente, en 2006, el Grupo Núñez y Navarro, el actual propietario y, también, el responsable del ambicioso plan de reforma y conservación que culminaba en 2008, fruto de un concienzudo estudio artístico de la finca, de un análisis estructural del interior y de un examen cromático de la fachada.
La casa tal y como hoy la vemos es fruto de más de un siglo de intervenciones no siempre afortunadas sobre la construcción original. En 1943, el decorador madrileño Francisco Ferrer, por encargo de Loewe, reformó la fachada y el interior de la planta baja arrasando su configuración hasta el momento: las ventanas modernistas y las esculturas de damas con jardineras eran destruidas a golpes de pico sin ninguna piedad; el portero recuperaría las cabezas y las vendería a Dalí, que las instaló en el patio de su teatro-museo en Figueres. Eso no fue todo: dos décadas más tarde, en 1967, unas nuevas obras en la planta baja destruyeron todos los elementos decorativos originales de Domènech i Montaner.
Afortunadamente, 20 años después, en 1987, la casa empezaba a recuperar su esplendor original: la mutua de los abogados encargaba a Òscar Tusquets la restauración del edificio, que recuperaría sus pináculos y el templete, víctima del fuego de ametralladoras durante la guerra civil. Y, en 1992, la afectación de la planta baja se revirtió en parte (columnas y capiteles) cuando Loewe quiso hacer obras en el interior del local y el Ayuntamiento de Barcelona las condicionó a la recuperación de la fachada destruida medio siglo antes. Renacían los leones y las flores de morera originales, que simbolizan los apellidos de la antigua propiedad.
El empujón definitivo a la recuperación de la plenitud modernista original de la casa Lleó i Morera llegaría en 2006, con su compra, como se ha dicho, por parte del Grupo Núñez y Navarro. Durante dos años, un equipo desarrolló un estudio minucioso y el posterior plan de rehabilitación, que incluyó actuaciones en la fachada, en el patio posterior y en las plantas interiores, tanto en los espacios comunes como en los despachos. Domènech i Montaner vive.