Paseo por las alturas de Barcelona; de Avenida Tibidabo a Vallvidrera por Daniel Vázquez Sallés
La Torre Andreu, conocida popularmente como La Rotonda, es la Puerta de entrada a este recorrido urbano tan de moda entre el turismo que llega a la ciudad de Barcelona. Situada a los pies de la Avenida del Tibidabo, la Torre Andreu fue uno de los emblemas del modernismo barcelonés. Adquirido por la empresa Núñez i Navarro a finales del siglo XX, tras diversas reformas, el edificio conserva la hermosa fachada concebida por el arquitecto Adolf Ruíz i Casamitjana y el ceramista Lluís Bru, así como los elementos que tenían un carácter representativo del diseño original modernista de 1906.
A pocos metros de las puertas de La Rotonda, está la parada del Tramvia Blau. Último vestigio tranviario de la vieja Barcelona, el Tramvia Blau recorre una avenida, la del Tibidabo, considerada por las agencias inmobiliarias como la cuarta calle más cara de España. Desde un punto de vista histórico, las casas situadas a banda y banda del recorrido fueron proyectadas al gusto de la adinerada burguesía barcelonesa de finales del siglo XIX. Una burguesía que depositó su espíritu cosmopolita a Josep Puig i Cadafalch, Enric Sagnier, Adolf Ruíz Casamitjana y otros grandes arquitectos de la época. Hermosa y majestuosa, las historias sucedidas en la Avenida del Tibidabo darían para un libro entero de leyendas urbanas protagonizadas por personajes singulares. Con o sin leyendas mitad ficción, mitad realidad, esa Rotonda ahora rehabilitada fue la casa del farmacéutico y filántropo Salvador Andreu i Grau, el famoso doctor de las pastillas para la tos y padre de Madronita Andreu, pionera de la fotografía catalana. Como consecuencia de la Guerra Civil Española, la familia Andreu se vio obligada a dejar su casa a los ampares de la contienda y cruzar el Atlántico con destino a Nueva York. Ya con los republicanos a la defensiva, el edificio pasó de ser consulado a Embajada Soviética con un cambio de poderes en el seno de la delegación. En plenas reyertas internas y externas, el cónsul Vladímir Antónov-Ovséyenko fue mandado a Moscú para convertirse en una más de las víctimas de las purgas estalinistas de 1937. De estos años de la guerra, aún se mantiene en pie el bunker que construyeron los soviéticos para proteger a sus trabajadores de los bombardeos de la aviación italiana de 1938.
En la primera casa de la izquierda está ubicado actualmente el Drolma, el restaurante que de la mano del popular chef Jordi Cruz ha alcanzado los mayores laureles de la Guía Michelin. Si desde un punto de vista culinario, el Drolma es heredero de la gran revolución gastronómica catalana liderada por Santi Santamaria y Ferrán Adrià a finales de los años ochenta, desde un punto de vista ético y estético es una clara representación de la metamorfosis sufrida por las viejas edificaciones que un día fueron el hogar de las grandes familias burguesas. La Casa Arnús, la Casa Casacuberta, la Casa Muntades, la Casa Francesc Sert i Badia, la Casa Fornells, la Casa Macaya, la Casa Roviralta, el Auditorio Enrique Granados, Cases Josefa Orpí Almirall, las mansiones restauradas siguen manteniendo los apellidos de sus propietarios originales, aunque ahora sean la sede de empresas de comunicación, de clínicas privada y en algunos casos, de consulados como el de la República Popular China.
La última parada del Tramvia Blau es en la Plaza del Doctor Andreu, uno de los foros lúdicos favoritos de los barceloneses gracias a dos emblemáticos bares. La coctelería Merbeyé es un local de aspecto vintage que alcanzó el grado de mítico por una canción compuesta por el cantante Loquillo. En El Cadillac solitario, el roquero le daba el protagonismo en unos famosos versos que forman parte de la nostalgia de varias generaciones: "Y ahora estoy aquí sentado / en un viejo Cadillac de segunda mano / junto al Merbeyé, a mis pies, mi ciudad...". Esa ciudad que se expande como una alfombra iluminada, tiene en el Mirablau, el otro bar, un mirador único y acristalado desde el que se puede disfrutar de un magnífico cóctel y de cuarenta años de música para jóvenes sin edad. El Mirablau tiene aires de discoteca para gente tranquila.
Durante el día, el visitante puede subir a las alturas de la montaña de Collserola mediante un funicular que sale de la Plaza del Doctor Andreu y termina su trayecto a la entrada del Parque de Atracciones del Tibidabo y del Templo Expiatorio del Sagrado Corazón. A lo largo del recorrido, el funicular cruza la Carretera de les Aigües, el circuito favorito de los runners profesionales y de los runners no tan profesionales y con mala conciencia corporal tras los calóricos ágapes ingeridos durante la vacaciones estivales y navideñas.
El templo Expiatorio del Sagrado Corazón fue proyectado por el arquitecto Enric Sagnier y las obrar duraron casi sesenta años: de 1902 a 1961. De estilo neogótico, la iglesia tiene algo de falso decorado, aunque no deje de asumir los oficios propios de cualquier templo católico. El templo Expiatorio del Sagrado Corazón tiene tantos detractores como defensores, algo nada extraño teniendo en cuenta la complejidad de una sociedad como la barcelonesa siempre tan dispuesta al debate.
Hasta los años ochenta del siglo pasado la ciudad contaba con dos parques de atracciones de la vieja escuela. Con el de Montjuic ya desaparecido, el parque de atracciones del Tibidabo es la única reliquia con encanto que se mantiene milagrosamente en pie. No en vano, ese santuario de la diversión es el más antiguo de España y el tercero de Europa.
De sus viejas atracciones aún se conservan la sala de los espejos, la sala de los autómatas, los columpios, el carrusel, el avión, el ferrocarril aéreo, la Atalaya y el Castillo Encantado, diversiones que han logrado sobrevivir a diversas crisis económicas que estuvieron a punto de enterrar el parque en el baúl de los recuerdos. Tras tener varios propietarios, el parque acabó en manos del ayuntamiento, y como asentamiento público, las viejas atracciones sufrieron una profunda renovación a la vez que se instalaban unas nuevas no aptas para cardiópatas. Sin duda, lo más destacable del parque es su ubicación privilegiada al ser la guinda de una sierra sin ínfulas que hace de frontera entre Barcelona y la Cataluña interior. Hacia el norte se distingue la montaña de Montserrat y las primeras cúspides prepirenaicas.
La Sierra de Collserola es uno de los pulmones verdes de la ciudad. Convertido en parque natural de flora y fauna mediterránea, adoptado por los ciudadanos como el lugar preferido para canalizar el estrés, Collserola tiene un encanto especial a pesar de estar presidida por una torre Foster de comunicaciones tan alta como poco afortunada. Collserola cuenta como ermitas como la de Sant Medir, y con masías como la de Vil·la Joana, una antigua casona del siglo XVIII transformada posteriormente en una casa residencial de estilo neoclásico que fue el último refugio del del poeta Jacint Verdaguer.
Uno de los lugares con mayor encanto es Vallvidrera, un pueblo situado a 350 metros sobre el nivel del mar. Pueblo de veraneo preferido de los barceloneses desde finales del siglo diecinueve, -de allí el origen de las numerosas construcciones de modernismo popular que aún se conservan intactas-, Vallvidrera se unió a Barcelona cuando la Vila de Sarriá pasó a ser distrito de Barcelona.
Ai, boscos de Vallvidrera!
Quines sentors m’heu donat!
Tenia el mar al darrera
I el davant el Montserrat,
I als peus els llocs del poeta
Que ja es l’eternitat.
El poeta Joan Maragall le dedicó unos famoso versos a Vallvidrera, y en Vallvidrera vivió el famoso detective de ficción Pepa Carvalho, no muy lejos de la casa del autor de las novelas que protagonizó. Lo más feo de Vallvidrera es su plaza central. Una plaza no plaza que viene compensada su fealdad por los aromas surgidos de las cocinas de Casa Trampa, uno de los más antiguos restaurantes de cocina popular barcelonesa. Una cocina de chup chup para un pueblo que pesar de estar a dos pies de Barcelona, se mantiene incólume al ritmo enfermizo de la urbe moderna.