Palau del Lloctinent: Detalles eróticos en la sede de la Inquisición
Fotografía: Jaume Meneses
Visitar la mayoría de los museos de Barcelona suele tener una utilidad doble: disfrutar la colección o exposición de turno y descubrir el pasado del edificio que lo alberga, ya que son diversas las galerías ubicadas en recintos históricos de nuestra ciudad. Es el caso del museo Picasso, del Museo marítimo o del Museo de Historia de Barcelona, escondido tras los muros de la catedral en uno de los espacios más bellos del barrio gótico, la plaza del Rey.
Allí se encuentra el Palacio Real Mayor, una edificación que cierra la plaza por sus cuatro costados dejando como única vía de acceso la Bajada de Santa Clara. Esta circunstancia hace que sea un sitio recogido. Visitado por los turistas, sí. Pero a salvo de la masificación que sufren otras calles de la ciudad. Quien llega allí lo hace por error o bien porque conoce su existencia y lo busca expresamente.
El recinto palaciego lo conforman tres espacios bien diferenciados: la capilla palatina de Santa Ágata a un lado, el Salón del Tinell en el centro y el Palau del Lloctinent al otro lado. Los dos primeros albergan una de las sedes del ya mencionado Museo de Historia. El tercero ha tenido diferentes usos desde el siglo XVI.
Construido como edificio anexo a la residencial real de los Reyes de Aragón, el Palau del Lloctinent fue alzado entre 1548 y 1557 por orden del emperador Carlos V, con la intención de fijarlo como residencia oficial de su representante en Cataluña, por lo que también fue conocido como Palacio del Virrey. El edificio es una mezcla de diferentes estilos arquitectónicos, entre los que destacan el gótico y el renacentista. Esto se debe al aprovechamiento que se hizo de otras edificaciones anteriores. De su construcción destacan dos anécdotas de agudeza visual:
Fotografía: Salvador Ortiz
La primera, son dos esculturas eróticas que adornan las ventanas de la calle de los Condes. Al parecer, y aquí entramos ya en el terreno de lo legendario, esa representación sexual fue petición expresa del mismísimo emperador para escandalizar al obispo de Barcelona, Jaume Cassador, con quien tenía mala relación, así como a los canónigos que entraban en la catedral por la plaza de Sant Iu, justo delante del Lloctinent. Cierto o no, las figuras están ahí y son apreciables a simple vista.
La segunda, son unas inscripciones en hebreo tatuadas sobre la pared. El origen se encuentra en el antiguo cementerio hebreo de Montjuic, del que se extrajeron lápidas funerarias cuya piedra fue reaprovechada en nuevas construcciones. En ambos casos, estos vestigios pasan bastante desapercibidos al trasiego de turistas y locales, que miran pero no ven. Eso sí, una vez localizados será imposible no volver a reparar en ellos.
Fotografía: Jaume Meneses
Resulta irónico que el siguiente uso del edificio tras ser residencia del virrey fuese como cuartel general de la Inquisición, que durante siglos custodió los preceptos de la fe y persiguió conductas judaizantes desde un recinto con representaciones sodomitas y con inscripciones hebraicas.
Visitar la mayoría de los museos de Barcelona suele tener una utilidad doble: disfrutar la colección o exposición de turno y descubrir el pasado del edificio que lo alberga, ya que son diversas las galerías ubicadas en recintos históricos de nuestra ciudad. Es el caso del museo Picasso, del Museo marítimo o del Museo de Historia de Barcelona, escondido tras los muros de la catedral en uno de los espacios más bellos del barrio gótico, la plaza del Rey.
Allí se encuentra el Palacio Real Mayor, una edificación que cierra la plaza por sus cuatro costados dejando como única vía de acceso la Bajada de Santa Clara. Esta circunstancia hace que sea un sitio recogido. Visitado por los turistas, sí. Pero a salvo de la masificación que sufren otras calles de la ciudad. Quien llega allí lo hace por error o bien porque conoce su existencia y lo busca expresamente.
El recinto palaciego lo conforman tres espacios bien diferenciados: la capilla palatina de Santa Ágata a un lado, el Salón del Tinell en el centro y el Palau del Lloctinent al otro lado. Los dos primeros albergan una de las sedes del ya mencionado Museo de Historia. El tercero ha tenido diferentes usos desde el siglo XVI.
Construido como edificio anexo a la residencial real de los Reyes de Aragón, el Palau del Lloctinent fue alzado entre 1548 y 1557 por orden del emperador Carlos V, con la intención de fijarlo como residencia oficial de su representante en Cataluña, por lo que también fue conocido como Palacio del Virrey. El edificio es una mezcla de diferentes estilos arquitectónicos, entre los que destacan el gótico y el renacentista. Esto se debe al aprovechamiento que se hizo de otras edificaciones anteriores. De su construcción destacan dos anécdotas de agudeza visual:
La primera, son dos esculturas eróticas que adornan las ventanas de la calle de los Condes. Al parecer, y aquí entramos ya en el terreno de lo legendario, esa representación sexual fue petición expresa del mismísimo emperador para escandalizar al obispo de Barcelona, Jaume Cassador, con quien tenía mala relación, así como a los canónigos que entraban en la catedral por la plaza de Sant Iu, justo delante del Lloctinent. Cierto o no, las figuras están ahí y son apreciables a simple vista.
La segunda, son unas inscripciones en hebreo tatuadas sobre la pared. El origen se encuentra en el antiguo cementerio hebreo de Montjuic, del que se extrajeron lápidas funerarias cuya piedra fue reaprovechada en nuevas construcciones. En ambos casos, estos vestigios pasan bastante desapercibidos al trasiego de turistas y locales, que miran pero no ven. Eso sí, una vez localizados será imposible no volver a reparar en ellos.
Resulta irónico que el siguiente uso del edificio tras ser residencia del virrey fuese como cuartel general de la Inquisición, que durante siglos custodió los preceptos de la fe y persiguió conductas judaizantes desde un recinto con representaciones sodomitas y con inscripciones hebraicas.