Restaurantes con vistas: de la Diagonal a las cumbres del Tibidabo
Por Daniel Vázquez Sallés
Barcelona es una ciudad escalonada. Desde el mar hasta el Tibidabo, la ciudad se expande hacia las alturas y es la Avenida Diagonal, una de las más largas de la ciudad, la que raja la urbe en dos, del distrito de Sant Martí al barrio de Les Corts, y la divide en dos hemisferios: la zona alta y la zona baja.
Cuando comer no es un acto meramente reconstituyente, en la zona alta se pueden encontrar lugares magníficos que hacen de un ágape, puro lirismo comestible. Las ofertas gastronómicas son tan variadas que todo amante de la cocina encontrará un lugar en el que disfrutar.
El placer tiene algo de operístico, y esta ópera gastronómica podría arrancar en Can Boneta, restaurante pequeño y familiar que ofrece grandes placeres nacidos del sueño de Joan, hombre que cambió el ladrillo por la cocina, el cemento por los aromas del chup chup, una metamorfosis que mereció en su año de inauguración hacerse con el premio de la revista Time Out. Una melosa delicia como su costilla de cerdo preparada al vacío.
Can Boneta es un restaurante fronterizo, como también lo es el BOB, un oyster bar para gourmets a los que les guste bañar el paladar con los efluvios marinos de las ostras traídas de Francia de la mano de Thierry Guillemet, un erudito de los moluscos bivalvos que logra convertir la degustación en una fiesta. En el BOB no todo son ostras, porque las conservas, las huevas y salazones, los quesos o los ahumados forman parte de una feria del placer. Quién no caiga subyugado por el arenque marinado, mejor que se vaya a un restaurante Fast Food.
Fermí Puig es una institución de la gastronomía catalana y Barcelonesa. Un sabio con unas magníficas dotes didácticas como demuestra en programas radiofónicos y en la cocina del Fermí Puig, su restaurante, desde el que reivindica el corpus de la gastronomía catalana con platos tradicionales pasados por el tamiz del siglo XXI. No hay cocinero en Barcelona que sepa llevar mejor los aromas del otoño a los pucheros. Para Puig, la trufa es un diamante en manos de los mejores pulidores de Amberes.
Y si Puig es una institución gastronómica, el Flash Flash, local que tiene en las tortillas su joie de vivre, es un emblema estético de una ciudad que siempre trata de hacer de la estética una insignia. Entrar en el Flash Flash, significa viajar a un pasado atemporal gracias a las cuatro mentes modernas que lo idearon. Alfonso Milá, arquitecto, Leopoldo Pomés, fotógrafo, Cecilia Santo Domingo y Karin Leiz. Un restaurante hermoso que además de transmitir buen rollo, prepara unas tortillas magníficas.
En el Passatje Marimón, conviven dos restaurantes representantes de la nueva cocina catalana. El Coure, Albert Ventura y su cocina de autor de tintes clásicos, y el Hisop, Oriol Ivern y su suquet de cabracho con coliflor i albahaca. Y al término de la Calle Casanovas, encontramos Casa Paloma, un local en el que los tartares son los reyes de la carta. Para los que les guste el pescado, el tartar de vieras con salsa de ponsu y huevas de salmón. Para los que les guste la carne, el de solomillo a la moda francesa.
A unos metros de Casa Paloma aún existe un bar llamado Michigan que en tiempos inmemoriales fue la sede de una peña barcelonista y en los 90, el feudo de un señor gallego de acento inconfundible en el que se preparaba la mejor tortilla de patatas de la ciudad. Pero todo sueño se acaba, como las mejores cocciones, y el dueño traspasó su negocio y las tortillas dejaron de ser pequeños hemisferios de placer para pasar a ser el sueño de una familia llegada del lejano oriente.
No hace falta viajar al lejano oriente para que el viajero, un poco más al norte del Michigan, pueda emprender una ruta de placeres transversales empezando por Els Pinxus, un restaurante de platillos y tapas cuya esencia se encuentra en su fantástico tartar de fuet. Sueños tártaros de aroma catalán, realidades orientales como la cocina vietnamita del Indochine y sus langostinos agridulces con hoja de cítrico y salsa de calabacín.
Vietnam tardó muchos años en recuperarse de las heridas de la guerra y su cocina ha sido la mejor carta de presentación como lo son el horno Beefer y los 800 grados que utiliza el Restaurante 130 para sellar los alimentos y crear una capa crujiente en el exterior y mantener en el interior una jugosa melosidad.
Pero si queremos encontrar jugosidad, hay que hacer una parada obligatoria en el 99 Sushi bar, a unos pocos pasos de Casa Tejada, un clásico entre los clásicos de Barcelona. El 99 Sushi Bar, restaurante de origen madrileño, merece atención aparte. Sin duda, se trata de los mejores japoneses de Barcelona por unos platos que, sin perder la esencia de la alta gastronomía nipona, logran irse de bodorrio con sabores refinadamente ibéricos. Tartar de chicharro macerado con jengibre, aceite ocal y ponzu, nigiri de anchoa de Santoña y sardina o Gyozas de jabalí con cebolla caramelizada, queso de Arzúa e infusión de castaña pilonga son un verdadero tratado de paz entre oriente y occidente.
Gyozas inconmensurables como las vistas. Si miramos hacia el cielo, veremos el olimpo de la zona alta barcelonesa con la Sierra de Collserola haciendo de barrera natural y el Parque de Atracciones de El Tibidabo haciendo de guinda de un pastel boscoso.
Para llegar a la cima de esa mini cordillera hay dos vías de escalada que tienen, como no, paradas obligatorias para comilones exigentes. Si se quiere subir por la Avenida del Tibidabo, los amantes de las estrellas Michelín deberán hacer parada y fonda en el ABAC, restaurante construido en la casa que un día fue propiedad del Doctor Andreu, inventor de unas famosas pastillas para la tos. Bajo la batuta del Master Chef Jordi Cruz, en el ABAC se puede disfrutar de una espléndida sinfonía culinaria. No dejen de mirar a su derecha para admirar la recuperada Rotonda.
Para los amantes de las vistas sin vértigo, lo mejor será subir por la avenida hasta llegar al punto desde donde arranca el funicular de El Tibidabo y disfrutar de la comida de mercado de La Venta, precioso local enraizado frente a la terraza del Merveyé, bar que ameniza sus cócteles con música de jazz y al que Loquillo, famoso cantante de rock de arrabal, le dio pátina de escenario melancólico en su canción Cadillac solitario.
Si se prefiere llegar al Tibidabo por el oeste, es obligatorio cruzar Sarriá, un barrio con aspecto de pueblo que guarda en sus entrañas uno de los grandes tesoros nacionales de la cocina, el Tomás, bar en el que saben tirar la cerveza sin especulaciones y en el que preparan las mejores patatas bravas del planeta hasta que se demuestre lo contrario. Unas bravas son un magnífico aperitivo antes de disfrutar de la cocina del Tram Tram, restaurante regentado por Isidre Soler, un grimpeur solitario de la cocina que vive ajeno a la mercadotecnia culinaria obsequiando al comensal con una carta llena de placeres tranquilos y rotundos como el Cochinillo D.O. Segovia con compota de pera de Puigcerdà.
Y para los más bravos, para los que les gusta descubrir lugares alejados de los rutas turísticas todo a cien, es muy recomendable alcanzar la cumbre de Barcelona pasando por Vallvidrera, un pequeño pueblo con ansias de país. Allí, en su no plaza, hay un restaurante de cocina popular que prepara unos macarrones para chuparse los dedos al estilo de las abuelas de nuestros padres. Casa Trampa es el epílogo fantástico de un viaje culinario por la zona alta de Barcelona. Allí, el vino con gaseosa sabe a gloria además, queda a tan solo pocos pasos del hotel The Corner.
Daniel Vázquez Sallés (Barcelona, 1966) es escritor, guionista y colabora habitualmente en diferentes medios de comunicación, en muchas ocasiones con temas relacionados con la gastronomía y el cine. Se licenció en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y estudió cine en la Universidad de Nueva York. Entre su bibliografía destacan las novelas Lena, Si levantara la cabeza, El intruso, La fiesta ha terminado y Flores negras para Roddick, así como el libro de memorias Recuerdos sin retorno: para Manuel Vázquez Montalbán, en el que el autor explica a su padre, fallecido en 2003 en el aeropuerto de Bangkok, qué ha pasado en el mundo desde su muerte.